No quedaba más que hacer las valijas, saludar a todo el mundo y subirnos al taxi que nos llevó al aeropuerto de Cozumel en menos de una hora.
El avión salió a tiempo y llegamos perfecto al aeropuerto de Miami, donde tuvimos que hacer nuevamente Migraciones y nos sentamos en el salón vip de Avianca gracias a la previsión de Caro de aceptar hace como un año unas tarjetas black gratis del banco Galicia.
Y ahí hubiera terminado nuestro viaje, embarcando en el avión de Lan (uno nunca sabe con esta gente, habíamos comprado el pasaje en American Airlines, tanto el de ida como el de vuelta, pero en letra chiquita decía que el de regreso lo operaba Lan y no American) y viajando a Buenos Aires. Pero no, siempre hay contratiempos que uno no puede manejar.
Una vez ya en nuestros asientos, las puertas cerradas y a punto de salir para la pista, un empleado de las empresas tercerizadas de los carritos que asisten a los aviones se le fue demás una palanca y, según lo que dijeron, involuntariamente, rajó parte del fuselaje del avión. Primero esperamos media hora, luego de aviso del comandante, otros cuarenta minutos, hasta que después de dos horas de estar sentados en una caja de lata decidieron que no podían arreglarlo y nos bajaron a todos. Finalmente, pasadas las 23:30 nos anunciaron que se suspendía el vuelo para el otro día. Que nos iban a dar un hotel, comidas y transportes y que hiciéramos una cola. Demás está decir que fue un caos, no tanto como uno hubiera esperado en estas circunstancias, pero un caos al fin. Por suerte había un, sólo un, empleado de LAN que tenía criterio (lamento no recordar el nombre) quien se encargó de organizar a la gente y priorizar el acceso a las familias con niños chicos, que ya estaban en un estado lamentable. Fuimos beneficiados por este nuevo procedimiento y fuimos unos de los primeros en poder salir y llegar al hotel.
Nos alojamos lo más rápido que pudimos, pero los chicos no llegaron a cenar, porque nos entregaron las pizzas pasadas las dos de la mañana.
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