lunes, 29 de enero de 2018

Día 7: Akumal


Afortunadamente Francisco se levantó sin dolor, así que desayunamos y nos fuimos, por primera vez, a la playa de Playa del Carmen.


Cuando se nubló, cerca del mediodía, agarramos el coche y salimos hacia Akumal, cuarenta kilómetros al sur, donde, teóricamente, se ven tortugas marinas.
Dije teóricamente, porque es todo un tema Akumal. Según leímos, en algún momento estaba lleno de tortugas marinas, pero la explosión de turistas, especialmente los poco considerados, aquellos que se cuelgan de sus cuellos o las agarran para sacarse fotos, alteró todo el ecosistema. Por lo que el estado, según nos explicaron, tomó cartas en el asunto (aunque no sé si las mejores cartas) y “privatizó” el agua de mar. O sea, hizo todo un sistema de andariveles en el agua con boyas, donde uno, si no paga, no puede entrar, dejando un gran cuadrado delimitado para el nado libre. Esto habilitó a que decenas y decenas de “promotores” de turismo, cuando entrás a la playa, te atosiguen insoportablemente tratando de venderte ese maldito tour. Lo peor fue cuando vieron que llevámos nuestras propias aletas y snorkel, llegando un momento hasta casi ser agresivos diciéndonos que no podíamos usarlas.
Mentira, sí se pueden usar y lo hicimos. Eso sí, yo sólo vi una tortuga, aunque sí vimos miles de peces, rayas y una barracuda.


Finalmente nos volvimos a casa a eso de las 8 de la noche. Consejo, no hace falta pagar el estacionamiento en Akumal, se puede dejar el coche en la calle de acceso y no hay problema.
La cosa es que nos bañamos, y reicidimos en SOMA, que terminó siendo, lejos, el mejor restaurante de Playa, y Emiliano, un genio.
Después dejamos a los chicos en el departamento y salimos por primera vez a caminar solos con Caro.


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