Pasadas las 10 salimos para el puerto, pero a esa hora ya estaba lleno de gente, por lo que tuvimos que esperar en la fila del ferry casi una hora y media para embarcar.
Alquilamos un carrito de golf y encaramos para el norte de la isla, justamente a Playa Norte. Nos tiramos en la arena y conocimos a Berni, un viejito lugareño macanudo, quien nos recomendó que fuéramos más al norte, a Dos Playas. Y fue un hallazgo, es en la punta de la isla, donde hay un hotel que se llega a través de un puente al cual no nos dejaron, lógicamente, pasar, pero debajo del mismo estaba lleno de peces para hacer snorkel. Y nosotros, previsores, habíamos llevado los nuestros, que siempre tenemos colgados a las espaldas cuando vamos a este tipo de playas.
Después, siempre en el carrito, fuimos hasta Playa Sur y las ruinas mayas.
Devolvimos en carrito, y luego de comprar algunos recuerdos, nos volvimos a Cancún a eso de las seis de la tarde. Fuimos a buscar las valijas que habíamos dejado en el hotel y salimos para Playa del Carmen.
Llegamos al Encanto Riviera a las 9 de la noche.
Todo bien con el hotel, después fuimos descubriendo que en realidad es fantástico, pero cuando nos dieron la habitación descubrimos que todas las ventanas daban a la terminal de micros, además de que no tenía lavarropas como nos habían prometido (cuatro personas, muchos días, era necesario). Por lo que les pedimos que nos la cambiaran.
Rodrigo demoró más de una hora en lograrlo, pero al final nos dio una habitación buenísima, con acceso directo a la pileta (que después usamos una sola vez, pero ese es otro tema).
Cenamos en una taquería cercana, El Sailoin, y nos volvimos a dormir.
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