miércoles, 31 de enero de 2018

Día 5: Chichen Itzá


No todo es playa en la Riviera Maya, que también queríamos conocer las pirámides, que si bien Tulum es alucinante, no podíamos irnos sin visitar Chichen Itzá.


Esta vez sí amanecimos bien temprano, a las 6:30 ya estábamos arriba porque teníamos que manejar hasta Chichen Itzá (que después nos enteramos que está en otro huso horario, con una hora menos, pero en ese momento no lo sabíamos, por suerte, porque llegamos ni bien habían abierto, una genialidad porque al rato se llena mal de gente)
Como les dije, fuimos unos de los primeros, y esta vez sí contratamos la visita guiada por 800 pesos, que repartido en 4 como somos, y para que nos contaran la historia en uno de los lugares históricos más relevantes de América, no nos pareció una locura. Y eso que no conocíamos aún a Carlos Mendoza, nuestro guía.

Un genio Carlos, porque no solo nos mostró los edificios, nos contó su significado y sentido, sino que nos hizo toda una introducción a la filosofía, religión, estructura social y vida de los mayas, comparándola con la cristiana, la judía, la musulmana y hasta el masonerismo y los egipcios. Y su explicación del juego de la pelota fue magistral, además que completamente atinada ya que justamente lo habíamos visto hacía dos días en Xcaret. Gracias a Carlos entendimos el significado de los cenotes, del inframundo, de los sacrificios, de la invasión de los Toltecas, de la construcción escalonada cada 52 años de las pirámides y del calendario maya. O sea, si van a Chichen Itza, que sea con visita guiada, y si la contratan, búsquenlo a Carlos.



Terminada la visita (que duró una hora larga más de los que nos habían dicho) fuimos a Valladolid, que es un pueblito colonial en medio del camino a Playa del Carmen.



Las calles y la plaza nos recordaron mucho a Quito, y fuimos a almorzar al restaurante Sazi, que es un lugar de comida típica yucateca, pero que tiene la singularidad de poseer en su predio un cenote enorme, al cual le dan acceso a los clientes. Así que almorzamos y de ahí nos tiramos al cenote. Donde hicimos un poco de snorkel, practicamos clavados de cinco metros con Francisco (a más no nos animamos) y descubrimos algo que espero no se haga muy público. Ese cenote, no sé si el resto, porque en los otros que conocimos no había, tiene unos pececitos chiquitos, alargados y oscuros, que cuando nos sentamos a descansar con los pies en el agua, comenzaron a picotearnos suavemente la piel muerta. Después vimos que en otros lugares lo llaman “fish therapy” y que te cobran en dólares por 15 minutos. Ahí fue gratis y libre, y es fantástico, nunca tuve la piel tan suavecita desde los cuatro años.
Cansados y felices, volvimos a cenar al departamento.



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